Vale, vale, sé que el título es un poco clickbait pero no os tiréis todavía al cuello. Nada más lejos de mi intención que soflamar nada. De hecho todo lo contrario. Esa afirmación es favorable.
Os explico.
El BDSM sigue siendo una práctica que no se suele confesar de forma abierta, eso es verdad. No es lo más normal en la sobremesa (que no sea de gente del mundillo, esas son muy entretenidas) que se hable de las mejores fustas, muñequeras, comparar experiencias, hablar de lugares donde realizar la actividad, etc. No es… familiar, digamos.
Pero sí que es algo que poco a poco deja de ser un tabú absoluto, y en muchos ámbitos, sobre todo el de las amistades ha dejado de tener la etiqueta de «vicio» o «insano y perturbado» para ser una práctica más aceptable. Quizás podamos achacarle una parte del éxito a los libros que han ido saliendo desde el boom de la innombrale 50 Sombras, que es todo lo contrario al SSC, la verdad, pero sí que las novelas que han salido después y su normalización en muchas series desde Bonding que, aunque tiene sus fallos ayuda a visibilizar a The Secretary, o incluso, mejor, lugares donde no es protagonista.
No siempre tiene una connotación positiva pero ya se reconoce su existencia como algo que pasa. Es el caso de la serie The Sinner, en Netflix, donde el protagonista, alejado de toda la parafernalia del cuero y de las cadenas, tiene unas tendencias masoquistas muy marcadas.
Por eso digo que el BDSM ya no es lo que era. Ya no es esa práctica de la que apenas nada se sabe fuera del circuito. Desde la aparición de nuestra querida y admirada Lady Heather en CSI Las Vegas (por más que después dinamitaron el personaje en un penosísimo arco de avainillamiento), hasta las muestras más actuales, esta práctica ya no es signo de vicio y depravación sino algo que se ha incorporado totalmente a la vida diaria. Mr. Robot o Billions muestran cómo es el día a día de una pareja a la que le gusta el BDSM y lo tiene interiorizado en sus vidas.
Y lo bueno de esa visibildad es que da pie a la normalización, a que surja en la conversación con personas de confianza y poder hablar libremente de ello, intercambiar ideas y poder decir más abiertamente «Sí, me gusta el BDSM».
Deja de tener la connotación del más profundo underground para convertirse en una práctica de cama más habitual, con mayor o menor profundidad en toda la parafernalia y características del BDSM, pero tiene un carácter mucho más normalizado. Es algo que pasa de ser exclusivamente de mazmorra a algo que puede suceder en una cama. En un juego consentido entre adultos donde hay fustas, palas, azotes, sumisión, dominación, masoquismo, mordazas, sexo y por supuesto mucha intensidad, que es algo que siempre caracterizará al BDSM.